miércoles, 20 de mayo de 2009 en 18:29


Honestidad Brutal

Seguramente, nadie encontrará un parque de diversiones con una montaña rusa tan vertiginosa como la experiencia de medir 30 puntos de rating a los 21 años. Ese fue el desafío que afrontó Gastón Pauls para empezar a componer una profesión que muchas veces torna difusos los límites entre la ficción y la realidad. Y 15 años después, el más terrenal de los actores alza con orgullo la bandera de la honestidad. txt Leandro Serjai   Ph Román Pagone


Habían pasado casi 30 minutos y seguía jugando frente a la cámara. Se notaba que la parte de la entrevista donde el personaje posa para las fotos estaba lejos de provocarle fascinación, pero de todos modos se sentía cómodo. “¿Ves? Esta campera de jean de tu marido –le dice a la directora – me la pongo sin problemas. Lo mismo pasa con esta bufanda. ¿Es de tu papá, no?”. Gastón Pauls es brutalmente honesto. Por eso, en las producciones fotográficas prefiere evitar el maquillaje, mostrarse con prendas que podrían encontrarse en su placard y rechazar marcas que no suelen captar su atención.

Seguramente, estos son los valores que más lo diferencian de Juan Perugia, el gran personaje de su último éxito, “Todos contra Juan”. El protagonista del ciclo, que tendrá segunda temporada, está dispuesto a todo por recuperar la fama que supo tener, en cambio Pauls conoció de qué se trata la vida de 30 puntos de rating pero jamás se dejó elevar por el aire. Eso fue cuando debutó en televisión en 1994 con “Montaña Rusa”. Por entonces, lejos de bajarse mareado de una experiencia tan vertiginosa, aprendió a encarar con coherencia los formatos de ficción y realidad, también cuando exceden las pantallas.

Así, se puso en la piel de Juan en “Nueve reinas”, de Guillermo en “La suerte está echada” y de Leguizamón en “Iluminados por el fuego”, por nombrar sólo algunas películas que filmó. O también se vistió de narrador para los programas testimoniales “Ser urbano” y “Humanos en el camino”. Pero cuando se enciende un grabador, sólo se disfraza de Gastón Pauls.


¿Por qué no te gustan las producciones de fotos?

En general, siento que terminan siendo algo falso. Eso me pasaba mucho cuando hacía los programas testimoniales y veía una realidad bastante cruda. Después no tenía ganas de posar durante dos horas con toda una cosa muy artificial alrededor. Prefería ponerme algo más natural y decir: “Este soy y así estoy”. A mí me preocupa mucho lo que ocurre en los medios, hay un “photoshop de vida”, es mucho más que fotográfico. Eso es: te muestro algo en la tapa de una revista y en mi vida hago otra cosa. Y en realidad me parece mucho más atractivo mostrar lo que uno es para no ser parte de la confusión general que hay.

 

Debe ser difícil ir contra la corriente.

Sí, pero hay mucha gente que lo hace. Y después te das cuenta que no es ir contra la corriente, que es ir a favor. Ir contra la corriente es cambiarse para una foto y pedir que te saquen las arrugas.


¿Qué produjo el cambio de ese chico galancito al Pauls sobrio que conducía programas testimoniales?

Tuvo que ver con una necesidad mía. Sabía que hacer “Montaña Rusa” durante diez años no me iba a conformar. Lo hice dos y suficiente.

 

¿Eso ya lo sabías cuando arrancaste o te diste cuenta después?

No, sabía que era como el primer paso. Estaba bastante conciente de que lo usaba como trampolín. Pero hay lugares donde te descubrís, y yo haciendo “Montaña Rusa” me descubrí en un montón de cosas. Fue uno de los momentos más importantes de mi vida.

 

¿Qué descubriste ahí?

Que podía trabajar de lo que quería, hacer todo lo que vino después. Cuando me vi en el primer programa me agarró una emoción inmensa, me puse a llorar. Pensaba que ese que estaba ahí, el que estaba viendo, era yo mismo, y que había vencido muchos miedos para estar en pantalla. No es fácil animarse a hacer lo que uno quiere hacer. Y también descubrí lo que vale la privacidad. Yo hacía treinta puntos de rating a los 21 años, era como un delirio. Salía a la calle y no podía caminar. Un rato eso es divertido, el ego se te infla. Pero a la vez decís: “Men, quiero volver a caminar, a subir a un colectivo”. Después, con los años, aprendí que no expondría ciertas cosas de mi vida por un punto más de rating.

 

¿Qué tiene Pauls de Juan Perugia?

¡Uff, de todo! Tiene la paranoia que creo tienen todos los actores: pensar que uno es el mejor y es único. Todos los actores del mundo creemos que nadie haría mejor un personaje que uno mismo. Pero también lo decimos, y da un poco de vergüenza ajena. Después, en el programa hay muchas anécdotas mías.

 

¿Qué salió mejor y qué peor de lo esperado?

Corregiría varias cosas, pero son sutilezas. Lo que queríamos contar está recontra contado. Igual, siento que todavía hay un montón de cosas para decir, y por eso vamos a hacer la segunda temporada.

 

¿Qué actores te gustaría que aparezcan en “Todos contra Juan”?

Federico Luppi, Ricardo Darín, Natalia Oreiro. Hay varios que me gustaría llamar para la segunda temporada.


¿Te pasó que alguien te haya dicho “quiero estar en tu programa”?

Me pasó con Benicio del Toro. Cuando estuvo acá para presentar la película que hicimos juntos (“Che, guerrilla”) le contaron del programa, y me pidió estar.

 

Más allá de tu programa que de algún modo se presta, ¿suele pasar que un actor se ofrezca para un papel?

Si hay una peli o un director que me gusta, yo lo hago. Hace poco lo llamé a Adrián Caetano porque estaba filmando una película y le dije que quería hacer algo. Me ofreció una escena, de policía, ni tenía que hablar. “Dale”, le dije. De esas hice muchas, me he metido en varias películas pasando por atrás.

 

Insistir para estar formalmente en una película ya es tarea de los representantes

Sí. “Nueve reinas” la iban a filmar Leo Sbaraglia y el Puma Goiti, pero los dos tenían algunos problemas. Y mi representante le quemó la cabeza a Fabián Bielinsky, que era el director: “Loco, si se cae Leo está Gastón”. Terminamos haciéndola Darín y yo.

 

¿Cómo nació la idea de tu fundación “Casa de la Cultura de la Calle”?

Hace seis años estaba caminando por Plaza Italia con Juan Palomino y Rodrigo de la Serna. Nos cruzamos con unos pibes de la calle que estaban con una bolsa de poxirán. Me senté a hablar con ellos, a ver cómo andaban. Y en un momento le pregunté a uno de esos chicos, Sebastián, que entonces tenía 11 años, “¿A vos no te gusta pintar, dibujar?”. “Sí”. “¿Y por qué no lo hacés?”. “Porque necesito un lugar para expresar lo que me pasa”. Esas fueron las palabras, no les cambié ni una letra. ¡Qué hijo de puta!, ¿con esa edad tenés esa lucidez para contestarme? Entonces me di cuenta que no tenían un lugar, y que yo lo podía armar. Soy actor, conozco actores, músicos, pintores.

 

De todo lo que se haya dicho de vos, ¿qué fue lo que más te molestó?

Para lo medios ya fui gay, por ejemplo. Aunque eso no me molestó, mi novio estaba feliz. (Risas). En realidad, son cosas que me joden cuando no las estoy ac-tuando. Pero está bien, este medio provoca eso. Se habla mucho sobre lo que se genera en el escándalo, y yo prefiero que se hable por lo que estoy haciendo en mi vida laboral y expresiva. Se dicen cosas para llenar espacios, y  la verdad que eso marea mucho. Aunque no seas lo que dicen, igual te pone mal escucharlo. Pero ya no me preocupo demasiado.

 

¿Cómo imaginás a tu opuesto?

Totalmente seguro de sí mismo y muy co-rrupto, un garca. También alguien con mucho pelo y que mediría dos metros.

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